Wednesday, March 10, 2010

Memoria

TIENE ochentaitrés, el buen hombre. Cada día se levanta antes de las siete, entra al baño y luego baja, por la escalera de servicio. Lo hace lenta, cuidadosamente, sosteniéndose del barandal con una mano . En la otra lleva un libro. En la cocina corta su naranja, se sirve su cereal con leche, se prepara su café; desayuna leyendo el periódico; recibe alguna que otra llamada telefónica. Después se dedica a seguir leyendo su libro, ahí mismo, o en su estudio. Sentado en cualquiera de las sillas de plástico, sobre un cojín.
A las dos o tres horas de haber despertado, vuelve a sentir sueño y se acuesta. La siesta matutina dura hasta las once, más o menos. Entonces se baña y cambia la piyama por ropa de casa. Se sienta a la máquina de escribir, y en dos horas tiene terminada su columna semanal, con o sin cartón ilustrativo.
Con apetito, baja a comer.
Después de casi un año de haberse sentido demasiado débil o adolorido de las piernas para poder salir a comprar su despensa y cocinarse, vuelve a hacerlo. Pone a cocer sin sal un pedazo de pescado congelado al que añade medio aguacate, y luego sazona con aceite y jugo de limón.
Come como siempre lo ha hecho, con un libro abierto delante del plato. Deja los platos en el trastero, y presa de somnolencia, sube a acostarse de nuevo. Cuando se levanta, es hora de ver uno o dos videos, y enseguida de merendar.
Entre sus películas favoritas de los últimos tiempos figuran “El asesino perfecto” (1994, de Luc Besson), “Mi primo Vinny” (1992, de Jonathan Lynn, con Joe Pesci y Marisa Tomei), “Luna de hiel” (Bitter Moon, 1992, de Roman Polanski, con Peter Coyote, Hugh Grant, Emmanuelle Beart, Kristin Scott-Thomas), y de todos los tiempos, las de Chaplin.
Ya no sale mucho a la calle. Y, salvo en contadas excepciones, se aburre en las reuniones familiares, se queja de que ‘no le hacen caso’...
Pero las hijas y el hijo lo visitan, se inquietan por su salud, y por el bienestar de la madre. También dos fieles amigas, que se encontrarán a su lado a la hora de su muerte.
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Sus artículos aparecen una vez por semana, en un diario y en una revista. Suman cinco, además de las dos caricaturas, lo que produce en seis días, con extrema lucidez y buena memoria; consultando fuentes, sin caer en repeticiones. Lleva haciendo lo mismo aproximadamente desde hace sesenta años.
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Lamentablemente, a sus lectores les resulta muy difícil, cuando no imposible, enterarse de sus saltos imprevistos de una publicación a otra, de una editorial a otra, y por consiguiente, seguirlo, por mucho admiración y respeto que les merezca.
Así pues, un día me dice Guido Gómez de Silva: “No le pierdo el rastro a tu papá!” (en Excélsior), cuando precisamente, por un malentendido y extrema susceptibilidad, éste ha decidido no seguir publicando ahí su columna, y en cambio aceptar la nueva invitación de Día Siete a colaborar. Y, tiempo atrás, Carmen Boullosa: “Toda mi familia se suscribió a Excélsior, por seguirlo, pero de un día para otro desapareció también de ahí...”
Por cierto que es la revista AHI la que le había ofrecido sus páginas desde 1998, enviándole a un office boy que recoge sus artículos y cartones, y entrega puntualmente el generoso cheque. Desafortunadamente, dicha publicación se conoce principalmente entre sus suscriptores, no se consigue fácilmente en los kioscos, con el resultado previsible de que la gran mayoría de los lectores aficionados al periodista han acabado por perderlo de vista, y se preguntan incluso si seguirá escribiendo.
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No lo sabe ahora; ¿quizá lo intuye?, pero en los siguientes dos años, aunque no dejará, más que intermitentemente, de escribir y publicar, incluso reunir en un libro su columna recogida de tres publicaciones distintas, corregir las galeras estando en cama, y sufrir decepción (y hacer coraje) al ver que el libro salió, pese a todo, con erratas, su salud se irá deteriorando, al grado de tener que ser hospitalizado con neumonía en julio de 2003, y fallecer en septiembre, de insuficiencia pulmonar y cardíaca.
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Tampoco sabe, naturalmente -¿quizá lo desea?- que en el segundo aniversario de su muerte, su mujer, sus hijos, sus nietos, sus amigos y admiradores, se reunirán en un foro cultural para recordarlo en sus mejores momentos: los de la crítica lúcida y honrada, el sentido del humor. Le habría gustado, queremos esperar, estar ahí...
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