Saturday, April 5, 2014

Nuevo México, 2)

(Fotos...)

Por lo pronto, llenaré con palabras el vacío: la primera fue tomada en un mega-supermercado en CHAMA, NM, cerca de la frontera con Colorado y unas 85 millas al noroeste de Taos. Paramos ahí sin haberlo planeado, después de estar en Farmington y visitar el Parque Nacional del Cañón del Chaco, fascinante, con ruinas indias.
Bueno, Chama es una miniatura, al pie de las Rocallosas (había nieve todavía, por supuesto) y a orillas del río Chama. Su mayor atractivo es un tren de vapor que hace un recorrido turístico a partir de abril hasta Antonito, Colorado, por el Paso de las Cumbres, a una altura de poco más de 10 mil pies, pasando por montaña, cañones y desierto de altura. Por nuestra parte, al salir de ahí rumbo a Taos, alcanzamos una altura mayor en la montaña....
Si bien Chama sólo tiene mil habitantes, el supermercado es gigantesco, porque atiende las necesidades de los pueblos aledaños. Ahí vimos las piñatas en forma de ELMO, el muñeco favorito de Angélica, y por eso nos hicimos tomar la foto.
Ahí también encontramos Pat y yo una gran variedad de chiles secos, especias para comida mexicana como epazote y otras yerbas, harina de maíz azul para atole, piloncillo, etc. Al preguntarle a la cajera de dónde venían los chiles, dijo que de Chimayó  (entre Taos y Santa Fe) cuyo Santuario no deberíamos perdernos de visitar, cosa que hicimos en su momento. Se levantó en el siglo xix en el sitio de un manantial seco que los indios tewa consideraban sagrado: le adjudicaban a la tierra cualidades curativas, comiéndola. Dentro del santuario se conserva un recipiente con dicha tierra, que ya no se come... pero siguen considerando milagrosa los católicos que cada año hacen un gran peregrinaje. Los alrededores del Santuario están muy manicurados, a lo Disney.

Otra sorpresa en Chimayó fue el restaurante de varias generaciones de la familia Jaramillo, con rica comida de Nuevo México. (ver entrada anterior)

La tercera foto es también en Chama, en el terreno entre el Trails Inn Motel, muy agradable, y el gran restaurante al otro lado de la carretera: un verdadero Saloon del Oeste.
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La foto de enmedio fue tomada el último día en Albuquerque, frente a otro Santuario: el de la Virgen de Guadalupe, al que no pudimos entrar porque se estaba celebrando una misa de difuntos.
No dejó de sorprenderme la abundancia de imágenes 1) de la Virgen, 2) de Frida Khalo, 3) de las calaveras mexicanas en todos los comercios de Taos, Santa Fe y Albuquerque*. ¡Parece que hubieran ido a saquear los mercados mexicanos! Hasta molcajetes se encontraban, además (en otro negocio simpático de Abiquiú, donde no pudimos visitar la casa museo de G. O´Keefe, por su horario limitado, se vendían utensilios de peltre azul).
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Viaje al Suroeste de los EU--marzo de 2014


Itinerario

En Nuevo México:
Albuquerque… Acoma: ¨Ciudad del cielo¨, visita guiada: el Santuario , con retablo de madera pintada multicolor (una caracteristica de Nuevo México); un cristo impresionante, con la cabeza caída casi sobre las rodillas, el cabello largo cubriéndoselas.
De ahí a Gallup a la entrada de la Reserva de la Nación Navajo.

Arizona:
Subimos al Monumento Nacional del Cañón de Chelly (Chey en navajo, los españoles lo deformaron a Chelli, de ahí la grafía). Nuestra primer azoro: belleza natural del desierto de altura, y los monumentos son ruinas de los sucesivos residentes: los Pueblos, los Tejedores de Cestas, los Hopi y los Navajo.

Utah
De ahí a Mexican Hat (el peñasco de esa forma le da nombre al pueblo, que consiste al parecer en UNA calle, a orillas del río San Juan). Pernoctamos, desayunamos, y vamos a conocer  en el Valle de los Dioses, el Goosenecks State Park, que como su nomre lo indica es una formación de cañón serpentina que sólo se aprecia desde su boca.
Monument Valley. Natural Bridges Park. Four Corners Monument (a unos metros del punto en el que realmente hacen frontera los Estados de Arizona, Utah,  Colorado y Nuevo México.
La siguiente noche es en Blanding, idéntico a su nombre (los habitantes lo aceptaron a cambio de una biblioteca....).  Sin embargo, esta parada nos permite enterarnos de la existencia de un parque más, de dimensiones más reducidas, pero ruinas no menos interesantes: Hovenweep.
Huelga decir que cada día amanece con el cielo despejado y la temperatura, al principio fresca, va subiendo con el sol. Ya para mediodía lo disfrutamos en todo su esplendor, así como el aire limpio del desierto de altura.

Colorado
De ahí a Durango. para  poder dedicarle buena parte del día siguiente al espectacular  Parque Nacional de Mesa Verde, con el mayor número de ruinas arqueológicas de los Pueblos Ancestrales (también lamados Anazasi). Antes, paramos en Mancos, donde encontramos –otra gran sorpresa- : delicioso café en Farenheit Coffee Roasters., una sofisticada salita de té y café..
De Durango a Farmington, para recorrer las moderadas  ruinas de Aztec y Salmon, antes de bajar al Parque Histórico Nacional de la Cultura Chaco.

Nuevo México 
Por último, entrando en la última etapa de nuestro viaje: para no regresar a Farmington, cancelamos ahí una noche y reservamos una en Chama, NM, del que hablaré en otra sección..
Al llegar a Taos nos enteramos de que no podemos entrar a Pueblo, pues se celebran ahí ceremonias hasta después de Semana Santa. Taos mismo no nos parece muy interesante: o demasiado ¨bonito¨. Dormiremos a medio camino entre ésta y Santa Fe: en Española.
Sobre Chimayó, al pie de las majestuosas montañas Sangre de Cristo y en el Valle del Río Grande, copio parte de la nota que recogemos en Ranchos de Chimayó, el hotel con restaurante en el que cenamos muy a gusto:
¨En 1693, alentados por la Corona Española, los Jaramillo de la Nueva España se trasladaron a Chimayó –el Camino Real unía a la Ciudad de los Palacios ( México) con Santa Fe. Su hijo Roque vino como soldado. Pronto, la prole de Roque Jaramillo y su mujer, Petrona de Cárdenas, se extendió por todo el norte de Nuevo México. Manuel, hijo de Roque, adquirió tierras en la Cañada de Chimayó a principios del siglo xviii.
En 1965, uno de sus tataranietos abrió el Restaurante Rancho de Chimayó...¨
Conocimos a nuevo mexicanos que se dicen descendientes directos de los españoles que llegaron a estas tierras en el siglo xvii. Y a otros descendientes de mexicanos (es decir, mestizos, como todos los latinoamericanos). Unos y otros, al mencionarles yo que era mexicana, me revelaban con fervor que habían ido o querían ir a la Basílica de Guadalupe ...
Doy la palabra a Carlos Fuentes, quien escribió esta reseña que me parece que viene muy a cuento con mi reciente viaje.
¨A veces, los Estados Unidos se presentan como el país sin pasado, recién nacido, con oportunidades para todos. A veces, las oportunidades les son negadas a los recién llegados: alemanes anteayer, irlandeses e italianos ayer, mexicanos hoy. Los mexicanos somos un problema particular porque estuvimos aquí antes que ellos. Los nombres del Sudoeste -San Francisco, Los Angeles, San Antonio- dan fe. Así, resulta llamativo que norteamericanos de raza blanca rechacen a los "latinos", que en muchas ocasiones llegaron antes que los anglosajones. En cuanto a los ciudadanos de origen africano, el pudor exige un cierto silencio que el gran payaso, Donald Trump, insiste en romper alegando que Obama -como otros "gringos" creen- no nació en los Estados Unidos, pese a la contundente prueba del registro civil de Hawai.
Invoco lo anterior para referirme a dos espectáculos actuales que nos remiten al pasado de los Estados Unidos. Uno es una comedia musical, género que los compositores "modernos" rescataron de la vieja comedia musical europea, ejemplificada por Franz Lehar en Europa y Victor Herbert en Norteamérica. Esa tradición la rechazaron explícitamente e introdujeron los nuevos ritmos (jazz, spirituals , sonidos urbanos, melodías irónicas, Charleston). La temática cambió también y una buena muestra de eso es la obra de Cole Porter Anything Goes (Todo vale), que en su título lleva su intención y ahora en la escena de Nueva York. Porter fue parte de una cultura transatlántica bien representada por escritores como Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald, Henry Miller y, desde luego, Gertrude Stein, para no hablar de Josephine Baker y su calzón de plátanos, la cabaretera Bricktop y, al cabo, los afroamericanos que huyeron del macartismo, como Richard Wright.
En Anything Goes , escrita en 1934, Porter sitúa la obra en un transatlántico que navega de Nueva York a Europa con un reparto que incluye a un millonario miope, un gangster disfrazado de misionero, una dueña de cabaret que atrapa a un aristócrata inglés, una madre arruinada empeñada en casar a la hija con un millonario y un joven polizón pobre y guapo que conquista a la muchacha. El argumento transcurre entre inolvidables canciones y bailes empeñados en decir: somos jóvenes, somos nuevos, el tiempo es nuestro, el tiempo también es nuevo y es joven. La contagiosa música deja atrás para siempre la opereta vienesa y le da una inmensa carta de crédito a la modernidad norteamericana, en una era de depresión económica: los años 30, años también de Fred Astaire y Ginger Rogers. La modernidad vencería la crisis con comedia, canción y baile.
Que esa modernidad tenía un pasado nos lo recuerda la bella y extraña película de Kelly Reichardt Meek's Cutoff , la historia de tres familias que viajan en caravana ( covered wagons ) por la llanura del Norte rumbo a la promesa de Oregon y el Pacífico, en 1850. Las exigencias formales de la directora Reichardt son muchas. Amanecer, mediodía, atardecer y noche lo son sin disimulo. Las horas del día varían de acuerdo con el sol, las nubes, la lluvia, el calor. Las de la noche son tan oscuras e impenetrables como la noche misma. Reichardt no evade la realidad de las horas y el temor del aire libre, asociado a la calamidad imprevisible del viaje.
Además de los horarios noche-día, la directora le da un tiempo, insólito en el cine, al trabajo, sobre todo al trabajo de las mujeres que cosen, cocinan, crían niños, atienden a los animales y, llegado el caso, defienden con coraje a la tribu. Porque ésta es guiada por un hombre, Meek, que dice conocer el camino que lleva al mar; un hombre simpático, seductor, hablador, un guía en el que las familias de pioneros ponen su confianza.
Una confianza que no merece. El grupo pierde el rumbo, y cuando los pioneros capturan a un indio, lo amarran y lo temen, Meek acaso engaña y quiere matar al indio. Allí interviene la protagonista, la actriz Michelle Williams (desprovista de maquillaje), que se enfrenta a Meek y le salva la vida al indio. Este, al fin, señala el camino correcto para cruzar la montaña y llegar al mar.
Fábulas de destiempos muy diferentes -1850 y la Conquista del Oeste, 1934 y la conquista del mundo-, Meek's Cutoff y Anything Goes nos recuerdan hasta qué grado los Estados Unidos son producto -¿no lo somos todos?- de su historia y cómo ésta, por remota, escondida y hasta olvidada que sea, alimenta nuestro presente. Los Estados Unidos tienden a olvidar, pero celebrando. América Latina tiende a recordar a fin de no celebrar, quizá para celebrar a veces y criticar siempre. Después de todo, como escribió William Faulkner, el pasado ocurre hoy.¨
© El Pais

Friday, January 17, 2014

A orillas del Ganges

Un cielo azul tinta
y la luz de Venus
presiden
las ceremonias a lo largo del Ganges

A la Madre generosa y abundante
de un lado se le ofrecen fuego
y cenizas
del otro fuego y cantos
Sobre el agua casi invisible
van flotando
las ofrendas de velas encendidas
y petalos color naranja.
...
Nada macabro o siniestro
en esta ceremonia
de devolver al rio
los seres de la tierra
 transformados por el fuego

Ultimo adios
mortaja blanca o roja
en el humo con olor a sandalo.
...

Thursday, October 31, 2013

Night and the City

A dialogue

 -After all this time together, you must acknowledge the obvious: we have become utterly, tragically  incompatible!
 -Why do you say that? Do you want to leave me? Could you do that? After I have given you my best centuries?
 -But, dear, you have changed so much! Every time I come to you I find you transformed, almost unrecognizable: sometimes looking like a Harlot, sometimes like a fairytale Princess… What do you want me to do?
 -What do I want you to do? I want you to accept me as I am, mercurial if you say so, magician… That’s what you used to call me, remember? Magic, bewitching, always surprising, never, never boring!
 -No, not boring, that’s for sure. Listen, dear… This is not a life anymore. I need peace and quiet. I need, first of all, shadows, I don’t need lights, four thousand, ten thousand kilowatts as soon as I appear, and this only in one of your Squares??
 -Oh, I see… you need shadows, and my children be damned, mugged, assaulted, killed if need be… because you need shadows. Who’s to defend me, then, from a swarm of shadowy characters, from…?
 -And then, I need silence: if anything, interrupted by the wind in the tree branches, the crickets in the bushes, the sea waves lapping the shore…
 -You’re turning gaga, I see. Old.  How much older than me?? But,  you loved me when we first met!
 -Indeed, we loved each other! You were always in turmoil, I admit that. Receiving ships from the East, sending your children to the West; changing your outfit every ten, twenty years, your skin color, your language, your demeanor. Your names… The Naked City… I liked that! Gotham city, a little less. The Big Apple… absolutely ridiculous!
 -And you were always yourself: arriving punctually according to the season, enveloping me in your great dark star-studded cape, sometimes a full moon on your forehead, so handsome!! Trying always to lull me to sleep with soft, melodious songs…
 But now, look at you: pride has gone to your head: I bet you tell yourself: “Night is one, but cities like her are a dime a dozen!”
 -No, dear, I’ve never gone that far. I’ve always tried to recover those days, I mean, nights, when I could lull you to sleep. Now, I never succeed. You see, that’s precisely why we must part.  Because you don’t need me anymore,  because nobody here acknowledges me. You have agreed to this falsification of Day during my time. You’ve become: The City that never sleeps. And I need sleep, my beloved.. .
……………..                                                               

Thursday, October 17, 2013

El DF

De mi ires y venires en la ciudad de México, en cada uno de mis tres viajes anuales.

En la ciudad de México es mucho decir: mis paseos se limitan a una triada: de San Jerónimo, vecina afluente de la Magdalena Contreras, ambos antiguos pueblitos, ahora uno más aburguesado (léase, cargado de trafico: una camioneta por persona: gueritas de celular y señores con gorra de beisbol); por sus lindas calles empedradas es difícil caminar: en parte por el tráfico, porque no hay acera, y en parte por esa redondez de las piedras, que entorpece el paso...  Está el paseo por la ciclopista, antigua vía del ferrocarril a Cuernavaca, en un extremo de la cual se puede visitar el humilde y pintoresco panteón.
Ahí viven desde hace unos treinta años mis entrañables amigos Eugenia y Roger Mas, ahí me acogen cada vez que voy a visitar a mi madre, quien desde julio del 2009 reside en la Residencia San José de Lyon, para señoras mayores, a unas cuadras de donde viven mis amigos.

De San Jerónimo a Tlalpan, donde el zócalo es un gran atractivo, bien cuidados sus jardines, atractivo su kiosco y sus portales, hoy entrada a un sinnúmero de simpáticos restaurantes. Contresquina, el convento de San Agustín. Ahí nos encontramos para comer con mi amiga Leticia, en el Café Tamayo, por ejemplo.

Coyoacán es otro destino placentero. El Jardín Centenario, la fuente de los Coyotes, el  templo de San Juan Bautista, el kiosco porfiriano. Los organilleros enfrente de Sanborns, que ocupa, como de costumbre, uno de los bellos edificios coloniales. El Café Moheli es mi predilecto.

Las salidas menos atractivas son: el centro comercial Perisur (su única ventaja, la relativa cercanía a San Jerónimo, pero nunca menos de 15  minutos en coche), con su Cinépolis, Librería el Péndulo, Italianni’s y otros restaurantes, y bancos y tiendas de ropa importada y chucherías para dar y repartir, en las que me abstengo de entrar. 

La Plaza Loreto, tal vez más cercana aún, entre Río Magdalena y Avenida Revolución, propiedad de Carlos Slim, multimillonario cuyo padre, maronita exilado del Líbano, llegó a México en tiempos de la Revolución, e hizo fortuna especulando con terrenos vendidos por nada,  antes o después de abrir la merceria La Estrella de Oriente, donde mi abuela materna estuvo a punto de entrar a trabajar, allá por 1917, después de haberse puesto a aprender mecanografía en la escuela Oliver.
Más reducida también, más intima, si se quiere, elegante y  atractiva, que otras de esas ¨Plazas¨: con su Cinemanía de cine premiado, su Museo Soumaya. Ahí uno se deleita, además, con la fuente de Juan Soriano: La Sirena; el auditorio abierto, la pastelería El Globo al aire libre, la tienda de mascotas, el ubicuo (Slim es el dueño, también) Sanborns. Otro hito que presenció mi abuela: ese mismo año el llamado Palacio de los Azulejos, ubicado en el Callejón de la Condesa entre Cinco de Mayo y Madero, en pleno centro histórico de la ciudad, es rentado por los hermanos Walter y Frank Sanborn, llegados de California, para establecer una de las cafeterías más concurridas de la ciudad en ese entonces, la cual se instaló originalmente (... lo que sigue lo copio de Wikipedia) en la calle de Filomeno Mata con un concepto innovador en la ciudad, el de una fuente de sodas y una farmacia, con el nombre de Sanborns American Pharmacy.8 Se le realiza entonces al palacio una remodelación de casi dos años para adaptarlo al concepto que introdujeron en México los hermanos Sanborn y le agregan aparte un restaurante, tienda de regalos y revistas, así como una tabaquería, haciendo que desde su inauguración en el año de 1919, se convirtiera en todo un éxito y, hasta finales del siglo XXfuera uno de los restaurantes y cafés más concurridos de la ciudad. 

En Tlalpan aprovecho siempre para matar dos pájaros de un tiro. Primero la visita obligada, con mi mamá,  a mi tía Esperanza, en su caserón de Coapa y Tesoreros: la Quinta Guadalupe, asi nombrada por su madre, mi tia Lupita. Don Emiliano Garcia la recibió del Gobierno de Carranza, en premio a sus méritos como constituyente, posiblemente en 1930. Casona que sigue siendo enorme incluso después de la subdivisión del terreno de atrás, antes huerta, en tres departamentitos para las sobrinas y sobrino de sangre (nosotros somos sobrinos postizos, por cariño) de mi tía:  hijos de su bienamado y malogrado hermano Gustavo. Hasta la fecha conservo la relación, no solo con mi tía, sino con una de sus sobrinas nietas: la linda Ximena.

De ahí, en taxi –aunque quizá, en otros tiempos, y sin mi mamá, podría haberme ido a pie- al zócalo de Tlalpan, encantador como muchas plazas coloniales de Mexico. Su Mercado porfiriano, el convento de San Agustín, las callejuelas empedradas, las haciendas divididas ahora en condominios, y la plaza central ajardinada, cuidada, limpia, con su simpático kiosco en el que, el pasado noviembre, tuve el gusto de contemplar un bellisimo altar de muertos. Los portales, en uno de sus frentes, y detrás de cada uno, un nuevo restaurante de jóvenes para jóvenes.
Me puedo acercar también a San Angel, llegar a la placita de San Jacinto, buscar la calle de La Amargura, descurbrir que el café donde tomábamos uno de olla, sintiéndonos Juliette Greco, Eugenia y yo, allá en nuestros años universitarios, nublada la vista por el humo del cigarro..., visitar las tiendas de artesanías, comer algo en el Saks… cruzar para recorrer el siempre fascinante convento del Carmen…
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Recuerdos

EL olor a huevo podrido de Agua Hedionda,  el balneario de aguas termales, sulfurosas, de Cuautla. Ahí nos llevaban mis tíos Juan y Esperanza cada fin de semana en enero, a que disfrutáramos de la natación, el sol, el descanso total y apacible.
Pasaban por nosotras, mi mamá y las cuatros niñas, el dos de enero, para llevarnos a la casa que tenían en Cuautla. Ibamos cargadas de maletas y paquetes (latas de leche Nido, de leche evaporada Clavel, toallas y sábanas, porque mi mamá no quería hacer “concha”, nuestra ropa, incluidos los trajes de baño; las telas ya cortadas para los secaplatos que le bordaríamos a mi tía; libros, incluso de inglés para las lecciones matutinas que nos daría mi mamá, disciplinada como era ella, y enemiga del ocio por las mañanas: “ ya tendrán toda la tarde para jugar”).
De estas actividades guardaríamos las hermanas distintas memorias, de distinta calidad quiero decir: para unas, grato recuerdo de haber estado sentadas en torno a mi mamá, a la sombra del frondoso clavellino, bordando letras y frutas en los secaplatos para cada día de la semana que le daríamos de regalo a mi tía, magro agradecimiento por su generosidad en entregarnos su casa, con jardín y empleada, durante  todo el mes de nuestras vacaciones escolares. “Con nada le puedo pagar a tu tía lo que hace por nosotros –dice mi mamá-. La veo como a una hermana”. Y no eramos parientes. Sus padres, amigos de mis abuelos maternos, y la amistad continuada en la siguiente generación.
Pero, como bien ha escrito mi hermana Susi: tías y tíos postizos, hechos nuestros no por lazos de sangre sino por los, a veces más fuertes, los del afecto.
¡Cuando pienso en Ximena Cuervo de Abed, a quien conocimos de siete años en uno de los desayunos en la casa de Tlalpan que la tía Esperanza, ya fallecido mi tío, nos ofrecía a mis hijos, mi marido y a mí cuando íbamos de visita... Cuando pienso en esa Ximena, digo, que pasó con nosotros unas semanas antes de casarse, mientras estudiaba en NY, y a la que ahora veo, en cada uno de mis viajes trimestrales a México, para visitar a mi mamá, cuando, su marido Paul y su madre Martha, me invitan a cenar! Ximena, sobrina nieta de mi tía Esperanza.
Volviendo al mes de enero de nuestra infancia en Cuautla. Aquella actividad del bordar matutino, y más aún la de estudiar inglés había sido para unas, algo que algunas recordaríamos con placer, y otra como  un verdadero castigo inmerecido. (¿Por que a ella le costaría tanto apreciar cualquier aprendizaje, sus penas y glorias?).
De regreso de la alberca entre semana, devorábamos la sabrosa y sencilla comida preparada por Eutimia: pollo cocido, arroz con plátano macho frito y aguacate, frijoles de la olla, tortillas recién hechas –cuando no eran las deliciosas quesadillas de requesón, huitlacoche, hongos o flor de calabaza que mi mamá le encargaba que comprara en el Mercado. Después de la sabrosa comida, mi mamá se acostaba a dormir la siesta y nos mandaba afuera, al jardín. Jugábamos a hacer tortitas de lodo, aprovechando el agua del apantle (acequia), a columpiarnos en la hamaca, o a dejar que nos columpiara el sobrino de Eutimia, Lázaro, de la edad de Eugenia y enamorado de ella.
Los aguacates caidos en tierra… el silbido agudo de los zanates, el chirrido de los grillos al anochecer, la luna brillante en el cielo negro como ala de cuervo…
¿Cómo olvidar Cuautla, ese paraiso?
Aquí, la historia armada con datos y mi imaginación, de los tíos Juan y Esperanza:
Corría el año de 1924... Se conocieron así: ella paseaba del brazo de su amiga por Cinco de Mayo, a la salida de la Normal, y se dieron cuenta de que un auto las seguía, a paso de rueda. “Señoritas... ¿no quieren dar un paseo con nosotros?” Miró de reojo al que hablaba y conducía un Chevrolet blanco último modelo. Cabeza grande, cabello claro y ondulado,  ojos pequeños, azules, vivos. Bajo los bigotes rubios, la sonriente boca de labios rojos, el cigarro entre los dedos de la mano que asomaba por la ventanilla.
-No les hicimos caso. Pero no dejaron de seguirnos. Al llegar a la esquina, el que manejaba se detuvo, y bajó. Era alto. Con seriedad se dirigió a mi: ‘Me llamo Juan Szeman y a mí y mi amigo nos gustaria invitarla  usted y a su amiga a tomar un café en Sanborns.´
El amigo, no recuerdo su nombre, no era tan alto pero era más rubio, casi desteñido, y apenas hablaba español.  Más adelante me enteré de que le había dicho a Juan que mi amiga no le había gustado porque era ‘muy morena’.

Mi tía viene a revelarnos el verdadero nombre de su marido diez años después de muerto.
‘Se llamaba Lazlo Szeman Baranyk’.

Pues resulta que el tenía 21 años cuando llegó a México en 1924. Nacido en Pest, parte del Imperio Austro-Húngaro, tenía once cuando estalló la Primera Guerra Mundial.
“El padre murió y la madre se trasladó a Viena con los tres hijos. Ahí abrió un café –cuenta esto su viuda, mi tía Esperanza, a los 91, lúcida, sentada en la salita de la casa de Tlalpan.
‘La madre se volvió a casar. Juan, que tenía 18, se llevaba muy mal con el padrastro, al grado de que un día estuvieron a punto de darse de golpes. Entonces la madre le dió dinero a Juan y le dijo: “Vete a vivir a otra parte”. ¡Nunca se imaginó que esa ‘otra parte’ iba a ser América! El se embarcó y llegó primero a Nueva York, pero no quiso quedarse allá y siguió hasta México. Cuando me conoció, ya trabajaba de ingeniero en una fábrica de tubería, y hablaba perfectamente el español.
‘Poco después lo mandaron a Brasil, y le ofrecían un buen empleo alla, diciéndole que si queríamos, nos podíamos casar por poder, y luego me enviaban el pasaje. El me escribió que ni loco, y que, aunque fuera a pie, pero se regresaba a Mexico. Entonces mi padre gestionó con el Cónsul de México en Brasil, y éste le entregó a Juan el pasaje para su regreso. Poco después nos casamos... en 1943.
Cuando supimos que no podiamos tener hijos, él me dijo que no quería que adoptáramos,  que debiamos aceptar la voluntad de Dios, y yo le hice caso.¨
Nosotros lo conocimos y quisimos como el tío Juan.
El, a su vez, de pie en una de las pozas de Atotonilco, con el agua caliente llegándole al pecho, o afuera, envuelto en una toalla blanca, con el codo a la altura del hombro y el vaso de cuba libre frente a los labios, nos contaba con voz ronca que iba a la escuela, en invierno, con la nieve hasta las rodillas . En cualquier foto se le ve sonriendo, riendo, el mentón en alto, las cejas mefistofélicas arriba de los pequeños ojos azules, muy expresivos.
El y mi tia Esperanza nos dieron de regalo algo que nunca olvidaremos: esa invitación a su casa de Cuautla, cada año, para que pasáramos, mi mamá con los cinco hijos, todo el mes de enero, el de las vacaciones escolares.
Mi tío murió en 1994, a los 91, ella, en el 2013, a los 97.

En la pared de mi recámara tengo ahora el cuadro al óleo que mi padre pintó y le regaló a mi male, y ésta a su vez a mí, unos años antes de morir,  en que figura la parte de atrás de la casa: el enorme clavellino de tronco gris y liso, y florecitas rosas en las altas ramas (una bombácea, me entero muchos años después, paseando por el Jardín Borda con mi madre y mi amiga Martha)., el muro claro, la puerta de hierro negro con vidrio que daba al comedor. Nuestro paraíso fuera de la ciudad, como en ella lo fue la casa de los abuelos maternos.
...

Thursday, February 28, 2013

Poema


Sinopsis

La piel del árbol

se transforma en el papel

donde escribimos

el libro de la vida


Un álbum de fotos es un mar de recuerdos

En él nadamos, nos perdemos

En las vicisitudes del pasado

Que es nuestro presente                                              


Nos conmueven rostros

que  flotan en la memoria

ó han terminado por naufragar  en el olvido


Sentimos que las vidas son  ríos

Que nunca llegan a la mar como nacieron.