Wednesday, January 25, 2012

Los viajes


“Travel is, above all, a test of memory” -Paul Theroux, The Old Patagonian Express,
-“El viaje duró dos días y dos noches. Sólo entonces comprendió Karl la magnitud de los Estados Unidos” - Kafka, America, trad. al español.
Viajar. El sentimiento de libertad que aflora en cada partida, y el de aventura en cada llegada al lugar de destino.

I
La ventaja de regresar a un lugar que uno pensaba conocer y recordar bien y que encuentra cambiado, además de cambiado uno mismo, claro está, con quién sabe cuántas modificadas ideas acerca de los viajes y la vida en general- es que, al final, es como si llegaras a un lugar nuevo, al que se llega, de todos modos, con un bagaje de imaginación. A mí me pareció algo semejante con la vuelta a Florencia, en el 2003, después de 27 años. Además de los olvidos, de las “traiciones” de la memoria, etc., estaban los hechos reales: cambios en la ciudad, un museo del Duomo que NO existía; obras de reparación en la Piazza, etc. Y, de los Uffizi, ¡era tan poco lo que recordaba! Con lo cual la visita resultó refrescante y satisfactoria.
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La pareja viajera

Parten como si nada. Hacen maletas como si fueran enchiladas. Se despiden de parientes y amigos con la sonrisa en los labios. Dicen ‘me voy al otro lado del mundo’ como si fuera a la acera de enfrente...
Cuando se conocieron, unos cien viajes atras, él llevaba ya unos cinco años de haber dejado su tierra sin tener plena conciencia de que no iba a querer regresar. Era su primer vuelo, su primera salida del país, y siendo éste Australia, tenía que ser ‘al otro lado del mundo’. Una beca a la escuela de verano de Tanglewood. Una vez que hubo regularizado su situación migratoria, lo primero que hizo fue planear un primer viaje para ver a su madre –el padre había muerto en el lapso en que a él le era imposible salir del nuevo país.
La agente que se encargó de hacerle las reservaciones le explicó que por el precio de ese pasaje, tendría derecho a detenerse prácticamente donde quisiera sin cobro extra. Esto fue lo que le abrió el apetito, las ganas de ver, de conocer. Y mientras más vio, de Singapur a Bali, de Tokio a Nueva Delhi, de Teherán a Atenas, más quiso ver.
De modo que, si hasta los 27 había vivido sin saber lo que era cruzar fronteras ni volar, a partir de los 32 surcó cada verano los aires de más de un continente.
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El de ella ocurrió a los 22, también mediante una beca, para estudiar en Francia. El deslumbramiento consistió en descubrir que podía cruzar fronteras, encontrarse en otro país con otro idioma y costumbres, en pocas horas, por avión o tren. Se acostumbró a viajar, a trasladarse, a dejar atrás lugares y personas.
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Diálogo con mi cuñado Alejandro sobre los viajes:

- Qué buena inversión han hecho en ustedes mismos viajando como viajan. Supongo que es un acuerdo tácito. Pero ¿qué es? ¿vacaciones? ¿un deseo de conocer? ¿curiosidad?
¿hobby? Lo más seguro es que sea todo a la vez, y lo mejor de todo, que se complementan los dos y que tienen pata de perro (¿de donde vendría esa expresión? Porque los perros caminan mucho pero no viajan, porque no es lo mismo. Yo corría mucho pero no viajaba).

-Creo que se conjugan varios aspectos: las largas vacaciones escolares de Brian; su costumbre, a partir de que estuvo aquí con sus papeles en regla, de ir a visitar a su madre en Australia cada verano, y el lujo, por el tiempo disponible de tres meses, y la distancia que debía recorrer, de un extremo a otro del mundo, que se le ofrecía de parar en cuanto lugar quisiera, sin pago extra: esto le abrió más el apetito.
Para mí, la experiencia europea fue deslumbrante: la posibilidad de cruzar una frontera como quien va en México, del DF a Acapulco, y estar en otro país, otra cultura, otro idioma. De modo que, al casarnos, se juntaron, como se dice, ¡el hambre con las ganas de comer!
El otro aspecto: viajando, Brian y yo nos entendemos de maravilla: nos complementamos, nos comunicamos, funcionamos como relojitos, y lo disfrutamos a morir. Dejamos de ser territoriales y de querer controlar nuestro espacio: nos mostramos disponibles (Gide hacía el elogio de la disponibilidad).
Nos divierte viajar, nos descansa, nos entretiene, nos instruye, incluso sobre nosotros mismos. Y, creo, nos da la ilusión de que rejuvenecemos, pues en el viaje, al alejarse uno de la rutina, de lo conocido, de las obligaciones cotidianas, siente como que el tiempo se estira, adquiere otra dimensión. Saltando como chapulines de un lugar a otro, tres semanas nos parecen tres meses, no porque nos pesen, sino de tanto que vemos y hacemos. Al mismo tiempo, nos sentimos medio irresponsables, y medio descubridores...
Esto lo experimenté incluso cuando estaba trabajando en Roma y luego en Nairobi: aunque el horario era el mismo, o más pesado, en Roma, aunque había las dificultades de adaptación, seguridad, el nuevo alojamiento, etc., todo lo vivíamos como novedad y aventura, como oportunidad de ser residentes-turistas, habitantes del "mejor de los mundos posibles".
A eso debe añadirse que tanto Brian como yo somos bastante adaptables, nos separamos facilmente de nuestras posesiones, no nos importan mucho las incomodidades, no buscamos el hotel de cinco estrellas, sino el que tenga algo original, o sea rústico, aunque, por supuesto, limpio y seguro... En fin, que el dinero que gastamos en viajar nos parece la mejor inversión: ahora sí que nada ni nadie nos puede quitar lo bailado, ni un robo ni un incendio ni un terremoto. Y el tiempo, lejos de ajar o manchar los recuerdos, como los vestidos o la plata, los ilumina...
Ahora, no te voy a negar que, a veces, mi acompañante me distrae; tiene sus intereses en mente. No me ve como una cronista, sino como su comañera. Por lo tanto, tengo que robarle horas al sueño; o sacar el cuaderno cuando acabamos de comer en el restaurante, en lo que esperamos la cuenta, para anotar mis impresiones.

-De lo que me dices, deduzco cinco lecciones. Los viajes han sido un punto más de contacto entre ustedes y la física dice a más contacto más unión (primera lección).
Como a los dos les gusta viajar, es fácil coordinarse porque así lo desean (segunda lección).
Según el Sr. Einstein el gozo del viaje debería acortar el tiempo (pues cuando se está a gusto se siente que corre más rápido el tiempo), pero la saturación por las muchas imágenes y sensaciones nuevas recibidas, cuando se está acostumbrado a no recibir tantas, parece que alarga el tiempo (tercera lección).
¿Cómo es eso de la eterna juventud? ¿Viajando o siendo feliz? Parece que los cambios y la novedad ayudan (cuarta lección).
La mejor inversión es viajar, o sea invertir en uno mismo (quinta lección).
Ahora, ¿qué sucede, cuando no aprendiste a viajar, no hay muchos puntos de contacto, hay discrepancia de opinión, el tiempo se acorta y no invierto en mí? Mmm...

-Tal vez haya muchas maneras de viajar: y no todas necesariamente requieren pasaporte, pase de abordaje, cruce de fronteras geográficas. Se puede viajar dentro de la propia ciudad, o dentro de cada uno de los libros que leemos (si cumplen ciertos requisitos, por supuesto), en cualquier caso, está implícito el viaje dentro de uno mismo. (Mi hermana Susi me escribe al respecto:
-Por eso, cuando leo, todo el tiempo viajo; también cuando escribo siempre ando viajando e invitando al lector a que viaje conmigo, a los recovecos de mi mente, de mi visión.)
Me ha gustado lo de las cinco lecciones. Creo que para llegar a la penúltima etapa de la vida con el corazón bien puesto, hay que empezar por perderle el miedo a la muerte, lo cual significa, hay que estar dispuesto a jugársela –incluso en un viaje.
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TURQUIA----JULIO DE 2011

Las dos primeras semanas, en excursión organizada, con guía, y las dos siguientes por nuestra cuenta, en coche alquilado.

Son las 8.20hrs en Nueva York, las 15.20 en Estambul. Brian duerme. Hace tres horas que caímos rendidos en la cama del hotel donde, mañana, nos encontraremos con el grupo.
El trámite de visa fue rápido y fácil (lo contrario de lo que habría sido en el consulado de Nueva York). Una cola reducida: veinte dólares, sello en el pasaporte.
Lo que fue horrible fue la espera para pasar inmigración. Dos ventanillas abiertas para cerca de cien pasajeros. Casi una hora en eso, con calor (y cansancio).
Después de recoger las maletas, sacamos liras turcas (a 1.40 por 1 dl. cuando empezamos el viaje) del cajero automático y salimos en taxi autorizado.
El chofer, un joven moreno claro, de ojos verdes y una sonrisa solar. Ni pizca de inglés: le mostré el papel con el nombre del Hotel Halic. Entendí sin embargo, cuando a la salida su superior le llamó la atención por traer baja una de las llantas. Y, obviamente, cuando se detuvo poco más adelante en una estación, disculpándose con la misma sonrisa, para ponerle aire.

Brian trajo consigo, no tres o cuatro, sino SEIS guías (cuatro para Turquía, una Rhodas, y una toda Grecia... Por consiguiente, ya en las primeras horas del domingo estaba en condiciones de proponer que tomáramos por la mañana el transbordador que sube por el Bósforo, de Estambul hasta Anadolu Kavagi, donde había las ruinas de un castillo medieval y desde donde se tenía una vista maravillosa y donde comimos un rico pescado con mejillones y calamares fritos y ensalada, por 20LT.
(De esos mejillones, probablemente, nos sobrevino entre esa noche y el día siguiente, un malestar estomacal que nos duró poco mas de 24 horas...)
Al regreso, entramos a un Bazar extensísimo, y después nos enteramos de que no es el principal, sino el de las especias; fascinante. Los bazares de Turquía, cubiertos: una estrella de calles donde muy pulcramente se exhibe la mercancia. Compro unos dátiles, para comer sobre la marcha; deliciosos. A 30LT el kilo.

Empiezan los madrugones...
De regreso en el hotel, encontramos un anuncio de la empresa COSMOS, firmado por nuestro aún desconocido guía de nombre geográfico: Levant. El lunes nos despertarán a las 6hrs; deberemos dejar las maletas fuera del cuarto a las 6.30, bajar a desayunar y estar listos para encontrarnos en el vestíbulo a las 7.30.
Estambul:
Descansamos un rato, y salimos a caminar por Beyoğlu, un distrito situado en la parte eurpea la ciudad y separado del casco antiguo (península histórica de Constantinopla) por el Cuerno de Oro. Leo que en la Edad Media se conocía como Pera (en griego "el otro lado"), nombre que se utilizó hasta principios del siglo XX con la fundación de la República). Se trata de un simpático barrio cercano al hotel (ubicado éste sobre una avenida con vista al mar, a poca distancia del Puente Galata y de la Torre del mismo nombre, a la que subiremos diez días más tarde, para abarcar con la mirada esta ciudad increíble). La Avenida Istiklal, ancha y peatonal, llena de negocios elegantes, galerias de arte, librerias, consulados extranjeros, heladerías, cafés, juguerías (el de granada, una delicia, a precio de oro); gente de todas las edades, de todas las nacionalidades y creencias. Se mezclan los estilos antiguos y modernos. Por ahí, el Hotel Pera, donde se alojaron, en su día, Agatha Christie, Hemingway; la Catedral de San Antonio de Padua. Ese domingo, nos toca el fin de una alegre marcha con la bandera del arcoiris, que más tarde conectamos con la aprobación de la ley que autoriza los matrimonios homosexuales en Nueva York.
La zona de restaurantes, muy animada: callecita tras callecita con mesas al aire libre. Lástima que sea ahí donde se permite fumar , y cuando hay humo de puros, preferimos entrar. Lo hacemos en un restaurante griego, donde pedimos pescado con papas, y cerveza turca, Efes: Efesos en turco.
No será sino hasta la segunda estadía en la ciudad, al regreso de la gira, cuando pueda confirmar lo fascinante que es: cosmopolita, variada, interesante, exótica a la vez que europea.

En general, se ve prosperidad en Turquia, mucha construcción, de carreteras, de edificios, y reconstrucci ón de los viejos. He leído articulos sobre el carácter autoritario del gobierno, no le gustan mucho las criticas; no le caen bien los escritores que sacan a colación la masacre de los armenios.-- Precisamente estoy leyendo "The Bastard of Istanbul", de Elif Shafak, novelista turca, que toca el tema de la sociedad multicultural -griegos, armenios, judios, turcos que convivían en paz, hasta el inicio de la República. Claro que Atarturk hizo mucho, para empezar, logrando la independencia y creando un país moderno. De hecho, ningún autor turco que se respete condona la matanza de los armenios, y cada vez que publican una crítica, se les censura.

Las capas de historia y cultura son impresionantes: hititas, licios, lidios, griegos (Alejandro fundó un sinnúmero de ciudades), romanos, bizantinos, otomanos...

Adelanto que nos privaremos, ¿por timidez? de tres ‘experiencias turcas’.... entrar a un hammam (el baño turco), tomar una bocanada del narguile (pipa de agua), intentar aprender a jugar backgammon...
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Como no creo poder abarcar la experiencia de todo un mes en un país tan rico, me limitaré a ofrecer apuntes. Para empezar, un resumen del itinerario con el grupo Cosmos:
En autocar, de Estambul a Gallipoli, donde se encuentran los monumentos a los soldados australianos y neozelandeses masacrados ahí durante la Primera Guerra Mundial. Fatídico episodio de la historia, en un paisaje de una belleza sin par.
Pasamos la noche en Canakkale, lindo puerto al otro lado de los Dardanelos (Mar de Mármara). Al dia siguiente seguimos rumbo a Troya. Visita de las ruinas, explicación acerca de las varias Troyas superpuestas.: nueve desde el siglo 13 antes de Cristo. La sexta, posiblemente, es la de la Iliada, unos 800 años antes de Homero, nacido, como Herodoto, en una de las colonias griegas de Asia Menor No hay mucho que ver. Los artefactos encontrados se exhiben en museos arqueológicos (el estupendo de Estambul, entre otros)...
De ahí, una larga tirada hacia Izmir: breve parada, en la parte moderna de la ciudad. A partir de 1925, nos dice el guía, empezaron a quemar las viejas construcciones de madera. Es una ciudad de cinco millones, con un hermoso puerto.
Llegamos a Kusadasi, pegado al mar, donde pernoctamos. Nos espera la visita a Efesos, para mí una de las más importantes del recorrido (Cappadocia, es la otra): el maravilloso sitio arqueológico, donde se suceden las etapas de la presencia grecorromana, en un muestrario marmóreo y resplandeciente bajo el sol egeo. Templos de antes de la era cristiana y de los primeros dos siglos de ésta. El anfiteatro para 25 mil asistentes; los baños públicos, el burdel, indicado por la huella de un pie; la maravillosa fachada de la Biblioteca de Celso. La visita no incluye las casas en terrazas, de la época romana, pero uno de los libros que traemos la recomienda, de modo que compramos nuestras entradas y nos apartamos por una media hora del grupo. Las casas se encuentran actualmente en proceso de restauración, bajo cubierta. Lo que puede verse basta para dar una idea de su elegancia, cada una con vista abierta del paisaje, pisos de mosaicos bien conservados, pinturas en los muros, como en Pompeya.

A continuación, nos detenemos a ver la iglesita construida donde estuvo la casa en que se dice vivió la Virgen María sus últimos años.
La siguiente parada, en el quinto día, Denizli, pasando por el Meandro Griego, la zona más fertil de Turquia. A un lado de Pamukkale, las impresionantes formaciones calcáreas como terrazas de hielo, atestadas de rusos en bikini, se encuentra el extenso sitio arqueológico de Hierápolis, y el museo, muy interesante.
Esa noche, después de la cena, salimos a pasear por la iluminada calle principal del pueblito de Denizli: compro higos frescos y un jugo de granada, tan delicioso. Comercios, artesanías, utensilios de cocina, faldas largas, pañoletas (también les decimos en México ‘mascadas’, creo que por ser la primeras conocidas originarias de Mascate, la capital de Omán).

Momentos de pánico, a la mañana siguiente cuando hay que dejar las maletas cerradas a la puerta del cuarto, a las 8, antes de bajar a desayuar. Al terminar y subir de nuevo, no encuentro la llavecita de la caja fuerte. Tomo aire. Recuerdo que la noche anterior la cambié –las coqueterías femeninas, tan poco prácticas- a la bolsita de cuero para salir a cenar... Y al hacer la maleta, la metí en ella, ¡con todo y llave!! Salgo como de rayo. Son las 8.45 ya, pero afortunadamente, en el vestíbulo, todas las maletas siguen alineadas, esperando su traslado al autocar. Encuentro la mía, la acuesto en el piso, abro el candadito, levanto una capa de ropa, y ahí está la bolsita, y adentro la llave. Salvada.

Arrancamos hacie el este, apartándonos del mar. Pasamos por Aydin, una zona fértil, donde, se nos dice, los valerosos soldados ganaron todas las batallas contra los griegos... Paisaje montañoso, seco -zona de terremotos, nos dice el guía- camino a Konya ; a unos mil metros de altura en la región sur central de la vasta estepa anatolia. Se trata de una ciudad grande y religiosa. Abundan las mezquitas, sus minaretes clásicamente otomanos en punta de lápiz, verdes y azules, visibles a la distancia. Visitaremos el Museo de Mevlana, antigua mezquita donde se encuentra el sepulcro de Rumi, poeta sufi del siglo 13, fundador de la orden de los derviches danzantes, y los de sus seguidores más importantes. Los visitantes musulmanes lo tratan como un lugar de culto, y oran frente al terciopelo verde y los turbantes blancos. Se escucha música de fondo, mientras contemplamos los objetos de arte, colecciones de poesía, manuscritos iluminados, instrumentos musicales, tapetes para la oración en las vitrinas, y pinturas en los muros: escritos en árabe.
Pese a la advertencia de Levant: ‘no se aventuren por las calles; aquí no son muy tolerantes con los extranjeros’, Brian me propone antes de la cena, que vayamos a caminar por el bazaar, contraesquina del hotel. Callecitas con negocios: una mezcla de artículos para turistas y de uso diario para la población local: utensilios de cocina, electrodomésticos, blancos, prendas de vestir, como las faldas largas y de diseño y color poco menos que monásticos: florecitas blancas sobre fondo negro, la ropa interior (calzones de algodón hasta la rodilla, por lo menos), y las gabardinas grises con que se cubren las musulmanas, incluso con estos calores. También una extensa variedad (su única coquetería) de pañoletas para la cabeza (en esto consistía el famoso bazaar de la seda de Bursa): şal o eşarp, en turco... En otra calle encontramos los productos alimenticios, frutas y veduras frescas, frutas secas, especias.
Un recuerdo muy agradable de esa breve estadía fue ver el atardecer rosa y dorado, desde la terraza en el tercer piso del hotel, con la cúpula verde de la mezquita bajo la luna plateada.
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Inesperadas, para mí, en medio de las formaciones rocosas gigantescas y variadas de Kapadokia (el nombre en persa significa: ‘tierra de hermosos caballos’; su pronunciación original se italianizó):, las extraordinarias capillas de los primeros cristianos talladas en la roca , en los siglos XI y XII.. Conmovedoras, esos frescos de los iconos milenarios: el Cristo Pantocrator, la Virgen., en las cuevas que servian de lugar de culto. Incluso los nombres de las iglesias encantan: de la manzana, de la oscuridad, de la hebilla . También visitamos las ‘ciudades subterráneas’ excavadas por dichos cristianos para salvarse de la persecución de los romanos. Este sitio, a mi juicio, es comparable en interés geológico, histórico, cultural, con Efesos.

En Avanos pagamos para asistir esa noche al espectáculo de música y danzas tradicionales, se diría que de influencia cosaca, y la del vientre, en un escenario semicircular, para público turco, con mezze y bebidas (la de cereza amarga, fermentada, es deliciosa). El espectáculo es interesante y simpático.- No se siente como una farsa para turistas extranjeros, sino algo más moderado, más respetuoso de las tradiciones.

A continuación, la capital.
En Ankara como en Estambul anchas avenidas y bulevares bordeados de frondosos árboles, flores (rododendros de hermosos colores, o rosas) en los jardines públicos. El Museo es muy interesante, pero la visita al Mausoleo* a Atartuk, exagerado, feo, nos parece una pérdida de tiempo: Otra cosa es la tumba del rey Midas, en el museo arqueólogico de Gordion (del nudo que Alejandro cortó de un limpio golpe de espada), y su contentido, incluso el cráneo deformado del rey, en el museo de Ankara.
*(el original, al rey Mausolo de Caria, erigido por su esposa Artemisa en Halicarnaso, dio motivo para que la palabra mausoleo pasara a casi todos los idiomas para designar un monumento funerario muy suntuoso. En su construcción trabajaron los arquitectos, escultores y pintores más famosos de aquel entonces en Grecia, y fue tal su perfección y belleza, que se la consideró una de las “Siete maravillas” del mundo antiguo.Construido en el año 353 a. de J. C, se mantuvo en pie hasta el siglo x, cuando fue destruido, juntamente con la ciudad de ese nombre, por los turcos. Algunas de sus estatuas se conservan actualmente en el Museo Británico de Londres).
Visitamos sus ruinas en Halicarnaso –la patria de Herodoto-, vecina a la moderna Bodrum.
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Una fascinante mezquita del siglo XX en lo alto de un promontorio.
En Ankara (cuatro millones de habitantes en toda la provincia, contra los trece de la gran Estambul), ciudad universitaria, industrial, encontramos a espaldas de nuestro hotel toda una zona de cafés y restaurantes: una calle para turistas, otra para estudiantes, otra, sólo para hombres que, con cigarro en la mano, y botella de cerveza o taza de café a un lado, juegan dominó, backgammon... En otra hay restaurantes de comida tradicional, donde no se vende alcohol, y el cliente se acerca a la vitrina a elegir los platos del menú del día...

De ahí pasamos a Bursa (y su provincia: tres millones), antigua ciudad, muy encantadora (la llamaban la Verde, por el bosque que la rodeaba, muy disminuido ahora, y con todo, impresionante), con su mezquita del siglo XIV, menos interesante que la mencionada más arriba. Pero un bazaar de seda muy hermoso, así como jardines, fuentes, enormes y centenarios sicomoros (plátanos). Ahí, en el almuerzo, probamos el delicioso Iskender
( Alejandro) Kebab: sobre una pieza de pan pita (pide, en turco, ¿vendrá de ahí pizza?): salsa de jitomate, rebanadas de cordero, mantequilla derretida... a un lado, yogur espeso; para tomar, jugo de uva, todo esto recomendado por el propio Levant (nuestro ojiazul guia), que la recomendo y por tanto come también ahí.. En la otra esquina, una dulcería donde compramos castañas glaceadas, y yo pido un memorablemente delicioso barquillo de helado de fresa .
En el bazaar principal, frutas y verduras para morir... melones, calabacitas, berenjenas, jitomates rojos como sangre, chabacanos, duraznos, peritas,ciruelas...
Se ven contrastes más marcados entre lo moderno y lo tradicional: moda, edifcios, costumbres (Mc Donald’s, y los mentados Iskender Kebab). Después de la cena en el hotel salimos a pasear, entre 8 y 9pm. Niños y niñas sonrientes, dejándose fotografiar por los orgullosos padres,delante de la fuente de corros danzarines. Más agradable espectáculo este, a la luz de la luna, que el de la Gran Mezquita con su masa de turistas, nacionales y extranjeros, que caminan y como quien pasa un brochazo de pintura sobre un muro, llevan la mano con la camarita digital apuntando hacia las bellezas y no bellezas del lugar, cuando no hacia sí mismos, en pareja... Más tarde mostrarán las fotos, sin saber que decir sobre su contenido, o la historia del objeto.
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Al dia siguiente cruzamos en transbordador el Mar de Mármara hacia Mudanya, en el lado asiático de Estambul. A ésta llegan, en estos dias de verano, cruceros gigantescos que pueden descargar en un sólo dia, hasta dos mil pasajeros.
Los sempiternos (según leo en Pamuk) pescadores en el puente Galata, y en el Atartuk, sobre el Bósforo, o entre este y el Cuerno de Oro.
En Estambul, algunos edificios, como menciona Orhan Pamuk en sus Memorias de la ciudad, se están cayendo, pero en general el aspecto de la ciudad es de renovación y cuidado de las bellezas arquitectónicas y de interés histórico. Se dice que si el Gobierno invierte mucho en estas obras de renovación y embellecimiento, es sobre todo por motivos políticos, por hacer buena letra para entrar en la UE. Pero el caso es que lo hace.
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Los desayunos. Al principio, tomo el occidental al que estoy acostumbrada, pero poco a poco la curiosidad de me lleva a probar aquello con lo que los turcos empiezan el día: rebanadas de pepino y tomate, queso de vaca y de cabra, pan con ajonjolí, huevos cocidos, y el té fuerte, en un vasito en forma de tulipán. Me hago adicta, pues tanto las verduras como los quesos, los huevos y el pan son deliciosos. El rico yogurt espeso lo reservan para la comida o la cena, como acompañiento del plato de carne de cordero, por ejemplo.
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Nuestros companeros de viaje: tres parejas de musulmanes, ellas con la cabeza, el cuello, los brazos y las piernas cubiertos; ellos, con vestimenta occidental. La de Mauricio, se ve como una pareja asentada, de muchos años: hablan francés; la de Omán es de recién casados, y ambos hablan bien en inglés (de hecho ella daba clases de ese idioma), son jóvenes los dos, procuran sentarse aparte cuando pueden, él a veces le pone a ella bocados en la boca. La de Abu Dhabi es algo desigual: una diferencia de veinte a ños, tal vez. Muy muda ella, y se la pasa jugando con su aparato digital: él muy interesado en autos, los colecciona (“En Abu Dhabi la gasolina es casi gratis!”). Ella, además, de mal humor, por lo menos hasta la visita al negocio a donde nos llevan chofer y guía, para que admiremos las prendas de piel , tratadas para verse y sentirse como seda. Desfile de modas, e infusión de manzana en los ‘tulipanes’. El marido, pequeño, moreno, compacto, le compró un abrigazo (¿para los fríos de su tierra?), y a partir de entonces, ella se
mostró dulce con él.
Huelga decir que, mientras que las occidentales teníamos, al entrar a una mezquita, que cubrirnos cabeza, hombros y piernas (a la entrada ponían a nuestra disposici ón los velos necesarios), nuestras compañeras entraban como Pedro por su casa...
Dos mujeres de Liverpool, de cabello corto y acento ininteligible. Un matrimonio de Londres (él historiador, si mal no recuerdo, ella muy afable), otro de Nueva Zelandia. Una joven pareja de Minessota. Otra inglesa, sola, de aspecto frágil y movimientos lentos. El último día, en la mesa del desayuno, revela que había planeado este viaje con su hija, el año anterior, pero la hija había muerto, y entonces la madre hab ía decidido hacer el viaje ahora, sola.
En diferentes momentos, a lo largo de estos quince días, cuando no estamos con todo el grupo, tomamos café, nos encontramos de casualidad en un sitio, o salimos a cenar con unos u otros.
Al despedirnos, nos sentimos en la obligación, o nuestra intención es sincera, de intercambiar direcciones electr ónicas. Esto, al regreso del viaje a Egipto, y en vista de los acontecimientos casi inmediatamente posteriores, dio un animado intercambio, por lo menos los primeros meses. Esta vez, no.
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AL terminar el recorrido en grupo, empezamos uno por cuenta propia, en coche alquilado. Y con el, las responsablidades.Salir del hotel, tomar taxi a las oficinas de AVIS, cerca de Taksim. Hasta cierto punto, esta segunda etapa de “responsabilidad” se facilita habiendo recibido informaciones previas de Levant, nuestro guía. Pero, no deja de ser necesario ‘estar pendiente’. En Avis, por ejemplo, me acuerdo de preguntarle al representante cómo se pide: “tanque lleno con gasolina ...”. Es poco menos que impronunciable, pero por lo menos, en adelante al llegar a la gasolinería, podremos reconocer la palabra y señalarla con el dedo...
Brian al volante, y yo con el GPS en la mano, nos dirigimos al puerto de Yenikapi, para embarcarnos en el transbordador a Yalova, y bajar hacia Afyon.
En el transbordador ocupamos nuestros cómodos asientos reservados. Vamos rodeados de turcos, estambulitas o visitantes, muchos de ellos rubios, ojiazules, y muchos hermosos, ellos y ellas, rubios o morenos: el resultado de la mezcla de tantas sangres...
Afyonkarahisar (por su nombre completo), tierra adentro, es una agradable ciudad tradicional. Existen ochenta mezquitas en la ciudad y sus alrededores, aunque no más de 175 mil habitantes. .No encontramos muchos turistas, y poca gente habla inglés, pero la mayoría se deshace en amabilidades.
En la mezquita de derviches somos bien recibidos: los clásicos féretros cubiertos con terciopelo verde, color de luto, y coronados con turbantes blancos. A lo lejos, la fortaleza, en la cima de un peñón, es impresionante. Más cerca, en una plaza, uno de los feos monumentos a los turcos victoriosos sobre los griegos, frente al Museo Atartuk, que no visitaremos. Aunque sí, al día siguiente, el Arqueólogico, notable por los restos lidios, frigios y romanos que contiene.
En nuestro recorrido, la gente no nos mira como si fuéramos animales raros. A la hora de la cena en el restaurante recomendado por la Lonely Planet, uno de los comensales nos guía hacia la sección, entre la cocina y el comedor, donde se exponen los peroles con los platos del día: berenjenas con carne, cordero horneado en su jugo, arroz, otras verduras... Y a los postres, es una joven turca que parece recién llegada de los Estados Unidos, la que en buen inglés, recomienda que no dejemos de probar la especialidad de Afyon: de harina y miel, con una crema espesa como mantequilla.

Salimos al día siguiente rumbo a Izmir, deteniéndonos en las ruinas de Sardis. –Me deleito leyendo las Historias de Herodoto: los reyes Creso y Ciro, las batallas, las victorias, las derrotas, las traiciones. Muchas de ellas se antojan los antepasados de nuestros cuentos de hadas occidentales, pasando por la mitología griega. Reyes que mandan asesinar a su nieto en la infancia; o matar y cocinar al hijo de un enemigo, a quien se lo dan para la cena...
Es una pena que yo haya previsto pasar sólo una noche y un día en Izmir, la antigua Esmirna, ciudad que merecer ía f ácilmente cuatro o cinco... Pero me orienté a estar en Marmaris en una fecha determinada, para de ahí embarcarnos a Rhodas, e hice las reservaciones de hotel en consecuencia. Resultado esto, también, de mi apatía para prepararme para el viaje con lecturas.
En todo caso, después de pasear por el bello malecón, nos encaminamos a la calle Dario Moreno – (Compositor, guitarrista de origen judio sefardita), al extremo de la cual se encuentra un elevador al estilo de los de Eiffel.

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Las mezquitas
Más que cualquier otra característica, ¿qué distingue el paisaje de la costa egea o mediterránea oriental de la occidental? No el cielo límpido sobre las ruinas magníficas, griegas y romanas, no el azul del mar, ni los campos de olivos o los viñedos. Son las agujas azules (los minaretes), las cúpulas espejeantes de las mezquitas (mescede, aunque en turco las llaman con su nombre en árabe: cami (jamia). Al amanecer, a media mañana, a media tarde, a la hora del crepúsculo, el llamado a la oración, multiplicado por cinco, por diez.
Visitamos varias de ellas. Cuando son museos, podemos entrar con nuestra vestimenta de turistas. Cuando son de culto, las mujeres deben cubrirse las piernas, los hombros, la cabeza. Todos entran descazos, o bien con los zapatos cubiertos con fundas de plástico azul. En las alfombras, el diseño, por bandas, indica dónde deben colocarse los pies, y dónde la cabeza... En algunas, el tufo a pies es penetrante, y puede verse a un encargado rociar el piso con agua olorosa (a sandía!).
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Bodrum (“calabozo”), la antigua Halicarnassos, donde nació Herodoto , es nuestra siguiente parada. Decepcionante, primero porque nos toca estar ahí un lunes, en que cierran Castillo y Mausoleo, y en seguida, porque es un lugar de playa eminentemente turístico, demasiado ruidoso. Y cenamos en la playa, con el mar casi lamiéndonos los pies, mirando hacia el Castillo, y acompañados de los infaltables gatitos hambrientos...

Marmaris, en cambio, se antoja mucho más tranquilo, y variado (pasamos ahí más dias, tenemos más tiempo para explorarlo). Se puede uno alejar de la multitud, pasear por callejuelas interiores, el bazaar, para llegar a un restaurancito recomendado en la Lonely Planet: en una esquina, bajo un emparrado, clientela local y comida casera, de ésa que uno mira en la vitrina y señala con el dedo: verduras mixtas, pollo, arroz pilau, dolmades.
En el hotel Karadeniz (Mar Negro), elegido como base para ir a pasar dos noches en Rhodas, la encargada me parece una versión turca de Melina Mercouri,tal vez menos atractiva, pero encantadora, sobre todo cuando sonríe. Uno de sus empleados nos indica dónde podemos dejar estacionado el coche durante ese período: en una callecita, sin riesgo alguno, ni de robo ni de multa.
Como nos ‘sobra’ un día en el puerto, y ya no somos gente de playa, después de la cena reservamos un paseo en bote para el siguiente. Unos sesenta pasajeros, muchos ingleses de Liverpool( ¡!: llegan a Turquia en cuatro horas de vuelo...) .La tarifa, 25 liras turcas, es una ganga, por casi casi siete horas de recorrido, con almuerzo y bebidas sin limite! Nos llevan a una gruta azul, y despues nos dan tiempo para nadar en las deliciosas aguas del Mediterráneo, mientras en la popa preparan el asado (izgara).sobre los carbones encendidos
Compramos los pasajes para el catamarán que sale rumbo a Rhodas el miércoles.

En la ciudad de Rhodas, a casi una hora de distancia de la costa turca, nos alojamos en los Mango Rooms, en la esquina de una placita arbolada, una fuente otomana y una mezquita en ruinas. Si bien Rhodas isla, tiene el privilegio de estar bañada tanto por el Egeo como el Mediterráneo, y su capital es la “ciudad medieval habitada más grande de Europa”,
en cierto modo, poco se distingue de lo que hemos visto hasta ahora en la antigua Asia Menor: murallas medievales, artesanías, el omnipresente ojo azul de vidrio... Pero en Grecia las mezquitas estan poco menos que derruídas, la moneda es el euro, se puede tomar Retsina con la comida, y sin duda ¡uno congenia más con el idioma!
Recorremos el Castillo de los Caballeros de San Juan, precursores de los de Malta, una estructura impresionante, y visitamos el Museo Arqueológico, en lo que era el Hospital. Una de las piezas ‘estrella’, del siglo I antes de Cristo: Afrodita de cuclillas, secándose la cabellera al sol (Lawrence Durrell se inspiró en ella para el título de sus “Reflections on a Marine Venus”.
Paseamos por el barrio turco: puro comercio, atiborrado de turistas, que apenas dejan apreciar las piedras de los muros (diez siglos de antigüedad), las callecitas laberínticas, empedradas, on sus arcos y arquitrabes. caminamos muy a gusto subiendo y bajando por sus calles empedradas.
Frente a la Mezquita de Ibrahim Pacha encontramos la taberna recomendada por el dueño de Mango; cenamos al aire libre, bajo la luna llena. No puedo negar que la estamos pasando muy bien.
Al regreso, ocupo una de las computadoras para conectarme a Internet y ver si tengo respuesta de los dos hoteles pendientes. La encuentro, afirmativa, tanto para la Pension Ferah, en Fethiye, como para el hotel Hideaway , en Kaş , recomendado con entusiasmo por la inglesa residente que conocimos en Trunc, la isla frente a Marmaris. La mujer atendía una tienda de ropa y libros usados, en beneficio de una asociación que recoge gatos callejeros para su adopción Ahí compré, por cierto, la colección de cuentos de Alison Lurie: “Women and ghosts”, que me gustó mucho y mantuvo entretenida hasta que lo pude cambiar, en la Pensión Tunc, por “Saturday” de Ian McEwan –buen ejemplo de lo que se puede hacer con la novela en nuestros días.

Para el segundo día, mi querido Brian ya me tiene planeado el itinerario. ‘Lindos es el punto más caluroso de la isla’ nos dice el mesero del café donde nos detenemos a desayunar, cercano a la puerta de Kolona, por la cual saldremos hacia el puerto de Mandraki, en la parte nueva de Rhodas. Ahí nos embarcaremos. De Lindos, en principio, nos interesa visitar sus ruinas grecorromanas, otro castillo medieval y una igualmente antiquisima iglesia cristiana.
Llevamos traje de baño para darnos una zambullida, al regreso. Mejor que tratar de encontrar lugar en la playa. Y aún así... más que un mar azul y fresco, parece una sopa de turistas: en su mayoría rubios y rubias (alemanes, holandeses, ingleses) de piel enrojecida, que tratan de acumular en el cuerpo todo el placer de sol y mar que no volverán a sentir en los largos meses de su otoño, invierno y primavera...
El mito de la isla es que Helios la eligió como su novia, y ella dio a luz a Cercafos, padre a su vez de Camiros, Ialyssos y Lindos, los cuales se unieron para fundar la ciudad de Rhodas.
El calor en Lindos es infernal. Subimos a pie la cuesta empedrada hast el pueblo, no a lomo de burro, como también puede hacerse. Desembocamos en una plaza de la que arrancan tres o cuatro callecitas llenas de comercios. Emprendemos la búsqueda de la Acrópolis, pero tomamos el mal camino, y tras un fatigoso ascenso llegamos a la parte más nueva de Lindos. Ahí tiro la toalla y entro a un negocio a comprar, no botella de agua, sino una gelatina en copa. Y me avengo a acompañar a Brian calle abajo hasta una plaza desde la que irá a buscar las ruinas, bajo un sol abrasador de mediodía. Nos explican que la ciudad de Lindos queda en una hoya, y por lo tanto la temperatura es diez grados más alta que en Rhodas. Mientras tanto, yo me refugiaré en la sombra fresca de la iglesia ortodoxa más antigua del lugar: oscura, pequeña, pero magnífica, exageradamente decorada, muros y techo, con pinturas e iconos.
Brian y yo nos hemos citado en la Taverna Dionisos, agradablemente refrigerada.
De regreso en la ciudad en Rhodas, una placentera brisa nos permite, antes de dormir cómodamente, disfrutar la caminata pasando por la Torre del Reloj y el Templo de Afrodita.

Iremos a visitar, por el día, otra isla griega, Megiste, la más pequeña de las del Dodecaneso, a veinte minutos de la costa de Kaş, el último punto de nuestro itinerario. El dueño del hotel turco, cuando le indicamos nuestro deseo de conocerla, tomando el transbordador, nos da el nombre del restaurante: el dueño es su amigo, y el padre ofrece recorridos en lancha a una gruta azul. Nos pide que le entreguemos al hijo unas veinte tarjetitas de su establecimiento, para que lo recomiende a su vez, a los que de Grecia quieran venir a la costa turca...
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Encontramos siempre gente amable, sonriente, dispuesta a ayudar desinteresadamente, y a nadie que quisiera estafarnos (¡a diferencia de lo que ocurría, lamentablemente, en Egipto!). Es cierto que anduvimos solos principalmente en la costa, donde el turista en verano forma parte del paisaje –afeándolo, no pocas veces.
Solamente en una ocasión, en la península de Dacha, nos enfrentamos con malas caras. Justificadas, como se verá a continuación.
Llegamos en día de mercado, y no es posible estacionar enfrente de la Pensión Tunc. Hablo con el gerente, quien indica a su empleado que me acompañe. Muy sonriente, éste nos ayuda con el equipaje e indica a Brian que coloque el coche en la entrada de la casa delante de la que nos hemos parado. Nos extraña un poco, pues a todas luces es una casa privada, pero le hacemos caso. Después de recorrer el simpático bazaar, de comprar chabacanos y unos dulces turcos, vamos a comer. Pasada la hora de la siesta, salimos con ganas de tomar el coche para dar una vuelta.
Bueno, para no hacer el cuento largo: un auto nos cerraba la salida; era del dueño de la casa; tanto él como la anciana que descansaba en su mecedora, en la terraza, nos miraron furiosos, a la vez que se llevaban ambas manos a la cabeza. No era, como yo pensé al principio, que condenaran la mía descubierta... ¡Nos estaban queriendo decir que parecíamos descerebrados!
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Fethiye

No dejamos de admirarnos ante las ruinas de la civilización licia (así como lidia y caria): las tumbas cavadas en la roca, o los féretros de piedra que coronan una columna. Fue parte del Imperio Persa, y por ahí pasó también, y dejó huella –un magnífico anfiteatro’, Alejandro Magno. Durante un tiempo se le conoció como Makri, y a ella llegó una considerable población turca de Grecia (islas y tierra firme), con arreglo a las condiciones del intercambio de poblaciones entre Grecia y Turquía, d 1923.
Entretanto, los griegos ase vieron obligados a abandonar Kayakoy, donde los turcos devueltos de Grecia decidieron no asentarse, por lo que existe ahora una ciudad fantasma, conservada como monumento. Es desolador ver los cubos de cemento, vacios y sin techo colina arriba, y la iglesia ortodoxa, de dimensiones considerables, en un estado lamentable de deterioro y aun asi, con restos admirables: muros pintados, pisos de mosaico, de su antigua gloria. Los griegos deportados de Fethiye fundaron la población de Nea Makri en Grecia.

En Fethiye nos alojamos en la Pension Ferah, en la parte moderna del puerto. Lugar preferido por los mochileros, aunque encontramos a algunos jubilados como nosotros... También en pendiente: se suben dos escaleras desde la calle, se llega a una especie de terraza: ajardinada que hace las veces administración, desayunador, sala de Internet. Y un poco más arriba, tres habitaciones y la alberca. Esta última parece más bien un tanque de agua limpia: unos cinco metros de largo por dos de ancho, y un metro de profundidad. Y con todo, se antoja darse un chapuzón al regreso de la fatiga y el calor, teniendo en cuenta que darse un baño (regaderazo o ducha) dentro del cuarto es labor de acróbatas. La cama a la derecha, dos ventanitas, escaso espacio para dejar las maletas. El baño carece de puerta, y la regadera está colocada prácticamente encima del lavamanos, que queda a un paso del excusado... ¡Sea por Dios! Como diría mi abuela!
El desayuno es rico y el ambiente, eso sí, muy cordial.
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Excusados -públicos De cada cinco, dos son de asiento, tres de acuclillarse.
En los hoteles de tres estrellas para arriba, bromeando le digo a Brian: -Sólo por la calidad de las toallas y la presión del agua, ¡debería aprobarse el ingreso de Turquía en la UE!
-Pero, por la población de gatos callejeros, tal vez no- me responde en el mismo tono.
En efecto, una enorme y triste cantidad de gatos callejeros por todo Turquia. En tiempos de Pamuk –nos cuenta en Estambul-, eran perros los que se enseñoraban de las calles. Los felinos, de todos colores y tamaños, se acercan calladitos a los comensales de los restaurantes. En un caso veo una madre con sus dos crías...En los jardines, uno pequeñito salta al regazo de una turista...
Claro que mejor gatos pordioseros, que humanos. Muy pocos, sobre todo gitanos; en particular la última noche en Estambul, una niñita de unos seis años, a quien se ve que los padres hicieron vestir con sus mejores galas de gitana para que pidiera limosna de mesa en mesa. Triste...

De regreso a Estambul, nos alojamos en el hotel Apricot de Sultanahmet, el corazón del viejo centro histórico, donde se concentran los monumentos más representativos de la ciudad. Calles estrechas, adoquinadas, empinadas, como la escalera del hotel... que sube a nuestra habitación, en el tercer piso. La dueña, una gringa afable y voluble, me había advertido por e-mail: ‘es muy pequeña, pero tiene balcón, con vista parcial de la Mezquita Azul’. Medio amoscada, y ya sabiendo lo que quería decir ‘muy pequeña’, contesté, entre veras y bromas: ‘entonces podremos colocar las maletas en el balcón...’ –Casi pude oír su carcajada divertida cuando respondió. Al menos fue perfectamente sincera. Después de medio desempacar, coloqué mi maleta de lado, entre la cama y la pared. En el balconcito cabía una mesa y dos sillas. En efecto, desde ahí se percibía, más allá de muros grises, y ventanas de oficinas, la magnífica cúpula y al menos dos de sus seis minaretes. Y ver, sentir o escuchar el aleteo de las gaviotas, sobre todo a atardecer.
Nuestra penúltima noche en esta ciudad sorprendente: hemos adquirido entradas para el espectáculo único de la danza de los derviches, reconocida por la UNESCO, como el flamenco*, parte del patrimonio intangible de la humanidad. Se trata en realidad de una ceremonia o sema de los sufi, cuyo centro principal se encuentra, como ya dije antes, en Konya, donde vivió y está enterrado Rumi. Si bien no puede negarse que la presencia de turistas ajenos a esta doctrina musulmana atenúa en cierto modo su autenticidad, debe reconocerse que la ceremonia, en un centro cultural y no en un restaurante, con cupo limitado, y el arreglo de las sillas en herradura, con la pista circular al centro, le concede un valor especial. Además, se nos advierte que está prohibido tomar fotos y aplaudir.

*En circunstancias semejantes nos tocó, a mi mamá, mi hermana Eugenia y a mí, asistir en Sevilla a un espectáculo de flamenco.

El programa comprende, antes de la danza misma, una concierto de música sufi con cuatro intérpretes, de tambor, flauta, laúd y harpa. Detrás de ellos, los cantantes, tres hombres mayores, evidentemente de autoridad. Cuando llega el momento de la ceremonia, aparecen los derviches (no recuerdo si cinco o siete), vestidos con túnica color tabaco y los grandes sombreros de fieltro gris en forma de cono. Salen al escenario, en medio de un respetuoso silencio, los cinco derviches: con capa negra (el cuerpo) encima del chaleco, la camisa y la amplia falda de tela blanca (el alma). Primero cada uno se arrodilla sobre una piel de borrego. Luego se ponen de pie, saludan al público, dando vueltas lentamente sobre el círculo iluminado. Se despojan de la capa negra , y con los brazos cruzados sobre el pecho, las manos sobre los hombros, los ojos entrecerrados, empiezan a girar, sobre sí mismos, y alrededor, como los planetas. Van separando los brazos del cuerpo, y levantan el derecho, con la palma hacia arriba (el cielo), mientras que la palma de la mano izquierda apunta hacia abajo (la tierra). Repiten esto una y otra vez, en giros hiptnóticos.
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Para el último día, nos queda una maravilla más: la iglesia bizantina llamada Chora, convertida en mezquita, pero con muchos de los mosaicos originales en los que se describe la vida de Cristo y la Virgen. Terminamos con dolor de cuello, pero ha valido la pena la observación atenta de esas obras de arte.
Saliendo de ahí, caminamos por el barrio, y desembocamos sin saberlo en la única iglesia ortodoxa griega en funciones, la de San Jorge. De hecho, llegamos cuando está por concluir la misa. Las griegas bien vestidas se hacen tomar fotos junto a los santos...
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notas

Idioma- No se parece a nada conocido. Y, sin embargo, escuchándolo, tiene tonalidades del alemán, del sueco...Estudio la lista para la lavandería que encuentro en los cuartos de hotel (los de cinco estrellas, a los que llegamos con el grupo, no los más modestos que hemos reservado): mendil es pañuelo (nuestro mandil: delantal), esarp (écharpe): velo, mantó: abrigo; kulot: pantaletas. Nada de árabe, aunque han adoptado palabras, por supuesto. Buenos días: Merhaba, o Gunaidin; gracias: tesherkur ederim (trato de aprenderlo, pero tardo tanto que para cuando voy en kur ya el taxi o el mesero han desaparecido...
El pastrami tiene sin duda tiene su origen en pastirma o bastirma:, carne de res curada al aire, que en sus tiempos los turcos del Asia central colocaban en trozos, a los lados de las sillas de sus cabalgaduras... Y, la pizza italiana, pide (una d casi z) en turco , a mi juicio, tiene una relación directa con el pita del Oriente Medio.
Otra palabra: boza, es el nombre de una bebida de leche fermentada; ¿vendra de ahí el slang inglés booze : trago?

Bebidas: no tuvimos suerte con el vino nacional. En cambio, disfrutamos el té muy cargado, el café del mismo tipo, el ‘té de manzana”, refrescante, y “aryan”, el yogurt batido con agua y un poco de sal (idéntico al “jocoque” mexicano y parecido al ‘buttermilk’.
Los mapas-- Al principio son como personas desconocidas. Cuando uno se interesa en ellos, los despliega y estudia, en busca de información, se van convirtiendo poco a poco en amigos entrañables: rara vez nos fallan.

Los jardines: Abundan, bien cuidados, incluso en glorietas donde lucen en todo su esplendor los colores de las bugambilias y las rosas!!

En los lugares turísticos, se escucha, inevitablemente, muestras de música turca. En aquellos frecuentados sobre todo por la población local, canciones norteamericanas, boleros latinoamericanos...

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