Itinerario
En Nuevo México:
Albuquerque… Acoma: ¨Ciudad del cielo¨, visita guiada: el Santuario ,
con retablo de madera pintada multicolor (una caracteristica de Nuevo México);
un cristo impresionante, con la cabeza caída casi sobre las rodillas, el cabello
largo cubriéndoselas.
De ahí a Gallup a la entrada de la Reserva de la Nación Navajo.
Arizona:
Subimos al Monumento Nacional del Cañón de Chelly (Chey en navajo, los
españoles lo deformaron a Chelli, de ahí la grafía). Nuestra primer azoro:
belleza natural del desierto de altura, y los monumentos son ruinas de los
sucesivos residentes: los Pueblos, los Tejedores de Cestas, los Hopi y los
Navajo.
Utah
De ahí a Mexican Hat (el peñasco de esa forma le da nombre al pueblo,
que consiste al parecer en UNA calle, a orillas del río San Juan). Pernoctamos,
desayunamos, y vamos a conocer en el
Valle de los Dioses, el Goosenecks State Park, que como su nomre lo indica es
una formación de cañón serpentina que sólo se aprecia desde su boca.
Monument Valley. Natural Bridges Park. Four
Corners Monument (a unos metros del punto en el que realmente hacen frontera
los Estados de Arizona, Utah, Colorado
y Nuevo México.
La
siguiente noche es en Blanding, idéntico a su nombre (los habitantes lo
aceptaron a cambio de una biblioteca....).
Sin embargo, esta parada nos permite enterarnos de la existencia de un
parque más, de dimensiones más reducidas, pero ruinas no menos interesantes:
Hovenweep.
Huelga
decir que cada día amanece con el cielo despejado y la temperatura, al principio
fresca, va subiendo con el sol. Ya para mediodía lo disfrutamos en todo su
esplendor, así como el aire limpio del desierto de altura.
Colorado
De
ahí a Durango. para poder dedicarle
buena parte del día siguiente al espectacular
Parque Nacional de Mesa Verde, con el mayor número de ruinas
arqueológicas de los Pueblos Ancestrales (también lamados Anazasi). Antes,
paramos en Mancos, donde encontramos –otra gran sorpresa- : delicioso café en
Farenheit Coffee Roasters., una sofisticada salita de té y café..
De
Durango a Farmington, para recorrer las moderadas ruinas de Aztec y Salmon, antes de bajar al Parque Histórico
Nacional de la Cultura Chaco.
Nuevo México
Por
último, entrando en la última etapa de nuestro viaje: para no regresar a
Farmington, cancelamos ahí una noche y reservamos una en Chama, NM, del que hablaré en otra sección..
Al
llegar a Taos nos enteramos de que no podemos entrar a Pueblo, pues se celebran
ahí ceremonias hasta después de Semana Santa. Taos mismo no nos parece muy
interesante: o demasiado ¨bonito¨. Dormiremos a medio camino entre ésta y Santa
Fe: en Española.
Sobre
Chimayó, al pie de las majestuosas montañas Sangre de Cristo y en el Valle del
Río Grande, copio parte de la nota que recogemos en Ranchos de Chimayó, el
hotel con restaurante en el que cenamos muy a gusto:
¨En
1693, alentados por la Corona Española, los Jaramillo de la Nueva España se
trasladaron a Chimayó –el Camino Real unía a la Ciudad de los Palacios ( México)
con Santa Fe. Su hijo Roque vino como soldado. Pronto, la prole de Roque
Jaramillo y su mujer, Petrona de Cárdenas, se extendió por todo el norte de
Nuevo México. Manuel, hijo de Roque, adquirió tierras en la Cañada de Chimayó a
principios del siglo xviii.
En
1965, uno de sus tataranietos abrió el Restaurante Rancho de Chimayó...¨
Conocimos
a nuevo mexicanos que se dicen descendientes directos de los españoles que
llegaron a estas tierras en el siglo xvii. Y a otros descendientes de mexicanos
(es decir, mestizos, como todos los latinoamericanos). Unos y otros, al
mencionarles yo que era mexicana, me revelaban con fervor que habían ido o querían
ir a la Basílica de Guadalupe ...
Doy la palabra a Carlos Fuentes, quien escribió esta reseña que me
parece que viene muy a cuento con mi reciente viaje.
¨A veces, los Estados Unidos se presentan como el país sin pasado,
recién nacido, con oportunidades para todos. A veces, las oportunidades les son
negadas a los recién llegados: alemanes anteayer, irlandeses e italianos ayer,
mexicanos hoy. Los mexicanos somos un problema particular porque estuvimos aquí
antes que ellos. Los nombres del Sudoeste -San Francisco, Los Angeles, San
Antonio- dan fe. Así, resulta llamativo que norteamericanos de raza blanca
rechacen a los "latinos", que en muchas ocasiones llegaron antes que
los anglosajones. En cuanto a los ciudadanos de origen africano, el pudor exige
un cierto silencio que el gran payaso, Donald Trump, insiste en romper alegando
que Obama -como otros "gringos" creen- no nació en los Estados
Unidos, pese a la contundente prueba del registro civil de Hawai.
Invoco lo anterior para referirme a dos espectáculos actuales que nos
remiten al pasado de los Estados Unidos. Uno es una comedia musical, género que
los compositores "modernos" rescataron de la vieja comedia musical
europea, ejemplificada por Franz Lehar en Europa y Victor Herbert en
Norteamérica. Esa tradición la rechazaron explícitamente e introdujeron los
nuevos ritmos (jazz, spirituals , sonidos urbanos, melodías irónicas,
Charleston). La temática cambió también y una buena muestra de eso es la obra
de Cole Porter Anything Goes (Todo vale), que en su título lleva su
intención y ahora en la escena de Nueva York. Porter fue parte de una cultura
transatlántica bien representada por escritores como Ernest Hemingway, Scott
Fitzgerald, Henry Miller y, desde luego, Gertrude Stein, para no hablar de
Josephine Baker y su calzón de plátanos, la cabaretera Bricktop y, al cabo, los
afroamericanos que huyeron del macartismo, como Richard Wright.
En Anything Goes , escrita en 1934, Porter sitúa la obra en un
transatlántico que navega de Nueva York a Europa con un reparto que incluye a
un millonario miope, un gangster disfrazado de misionero, una dueña de cabaret
que atrapa a un aristócrata inglés, una madre arruinada empeñada en casar a la
hija con un millonario y un joven polizón pobre y guapo que conquista a la
muchacha. El argumento transcurre entre inolvidables canciones y bailes
empeñados en decir: somos jóvenes, somos nuevos, el tiempo es nuestro, el
tiempo también es nuevo y es joven. La contagiosa música deja atrás para
siempre la opereta vienesa y le da una inmensa carta de crédito a la modernidad
norteamericana, en una era de depresión económica: los años 30, años también de
Fred Astaire y Ginger Rogers. La modernidad vencería la crisis con comedia,
canción y baile.
Que esa modernidad tenía un pasado nos lo recuerda la bella y extraña
película de Kelly Reichardt Meek's Cutoff , la historia de tres familias
que viajan en caravana ( covered wagons ) por la llanura del Norte rumbo
a la promesa de Oregon y el Pacífico, en 1850. Las exigencias formales de la
directora Reichardt son muchas. Amanecer, mediodía, atardecer y noche lo son
sin disimulo. Las horas del día varían de acuerdo con el sol, las nubes, la
lluvia, el calor. Las de la noche son tan oscuras e impenetrables como la noche
misma. Reichardt no evade la realidad de las horas y el temor del aire libre,
asociado a la calamidad imprevisible del viaje.
Además de los horarios noche-día, la directora le da un tiempo, insólito
en el cine, al trabajo, sobre todo al trabajo de las mujeres que cosen,
cocinan, crían niños, atienden a los animales y, llegado el caso, defienden con
coraje a la tribu. Porque ésta es guiada por un hombre, Meek, que dice conocer
el camino que lleva al mar; un hombre simpático, seductor, hablador, un guía en
el que las familias de pioneros ponen su confianza.
Una confianza que no merece. El grupo pierde el rumbo, y cuando los
pioneros capturan a un indio, lo amarran y lo temen, Meek acaso engaña y quiere
matar al indio. Allí interviene la protagonista, la actriz Michelle Williams
(desprovista de maquillaje), que se enfrenta a Meek y le salva la vida al
indio. Este, al fin, señala el camino correcto para cruzar la montaña y llegar
al mar.
Fábulas de destiempos muy diferentes -1850 y la Conquista del Oeste,
1934 y la conquista del mundo-, Meek's Cutoff y Anything Goes nos
recuerdan hasta qué grado los Estados Unidos son producto -¿no lo somos todos?-
de su historia y cómo ésta, por remota, escondida y hasta olvidada que sea,
alimenta nuestro presente. Los Estados Unidos tienden a olvidar, pero
celebrando. América Latina tiende a recordar a fin de no celebrar, quizá para
celebrar a veces y criticar siempre. Después de todo, como escribió William
Faulkner, el pasado ocurre hoy.¨
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