A destiempo
Por lo visto, murió en mi sueño, es decir, mientras yo dormía. ¿Cómo pude haberme descuidado? Pendiente siempre de la publicación de su última novela, colección de relatos, o memorias, grandes o pequeñas, ¿cómo pudo habérseme pasado desapercibido su último suspiro?
Debo haber andado distraída, pensando en otras cosas, atendiendo a otros menesteres de la vida diaria, leyendo incluso a otros autores. O... ¿no lo estaría leyendo, precisamente esas sus Pequeñas Memorias, que me dejaron extraña, excepcionalmentemente insatisfecha, en los días en que ud. llegaba a su fin, en que, como acabé enterándome por Wikipedia, un año después, ¨la mala salud lo venció y terminó matándolo¨ -curiosa forma de expresarlo.
Uno no cree que sus autores favoritos sean inmortales, como sí cree que su obra pueda serlo –pero espera al menos que la noticia le llegue, por así decirlo, fresca- como la de los Premios Nobel-, para poder lamentarla apropiadamente, en el momento.
A doce meses, o más, de distancia, es ridículo asombrarse: ¨¡Cómo! ¿Saramago ha muerto?¨
Afortunadamente, con la noticia a la que llego a destiempo, viene otra, de vida ésta, de creación, y para mí de continuación de mi ¨amistad¨ con usted, que deja un libro del que yo no había oído hablar y que me está esperando: ¨Caín¨.
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Por lo visto, murió en mi sueño, es decir, mientras yo dormía. ¿Cómo pude haberme descuidado? Pendiente siempre de la publicación de su última novela, colección de relatos, o memorias, grandes o pequeñas, ¿cómo pudo habérseme pasado desapercibido su último suspiro?
Debo haber andado distraída, pensando en otras cosas, atendiendo a otros menesteres de la vida diaria, leyendo incluso a otros autores. O... ¿no lo estaría leyendo, precisamente esas sus Pequeñas Memorias, que me dejaron extraña, excepcionalmentemente insatisfecha, en los días en que ud. llegaba a su fin, en que, como acabé enterándome por Wikipedia, un año después, ¨la mala salud lo venció y terminó matándolo¨ -curiosa forma de expresarlo.
Uno no cree que sus autores favoritos sean inmortales, como sí cree que su obra pueda serlo –pero espera al menos que la noticia le llegue, por así decirlo, fresca- como la de los Premios Nobel-, para poder lamentarla apropiadamente, en el momento.
A doce meses, o más, de distancia, es ridículo asombrarse: ¨¡Cómo! ¿Saramago ha muerto?¨
Afortunadamente, con la noticia a la que llego a destiempo, viene otra, de vida ésta, de creación, y para mí de continuación de mi ¨amistad¨ con usted, que deja un libro del que yo no había oído hablar y que me está esperando: ¨Caín¨.
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